viernes, 8 de enero de 2010

LA PARALISIS POR EL ANALISIS

Me gustaría contarles un asunto de locos que me ocurrió este verano. Lo habría olvidado, pero lo ocurrido ha estado volviendo a mi memoria, generalmente en esos momentos previos al sueño en los que uno no sabe si piensa que está dormido o sueña que está despierto. Creo que la insistencia de este recuerdo se debe a que esconde un sentido más profundo que la mera anécdota de los hechos, y la memoria, que a veces nos niega el recuerdo de lo que hemos aprendido, otras se empecina en recordarnos aquello de 19 que aún podemos aprender.

Estábamos en la playa saludando a unos amigos a quienes no veíamos desde el verano anterior. A un lado estaba mi suegra, al otro mi mujer. Mientras hablábamos llegó una de esas mujeres que creemos que sólo existen en las revistas, y se puso a estirar su toalla justo frente a nosotros, en la estrecha banda de playa que quedaba a espaldas de nuestros amigos.

Es cierto que «sobre gustos no hay nada escrito» pero aquella joven habría recibido el voto. unánime.de cualquier jurado de belleza. Hacía viento, pero hasta las olas dejaron de sonar cuando por fin se sentó y se puso a enredar con el cierre de una prenda tan escueta que no merece un nombre tan largo como el de «bikini». Aunque la cosa no pasó a mayores" consiguió captar toda la atención de quienes nos encontrábamos a menos de un kilómetro.

Yo personalmente había perdido el hilo de la conversación y notaba cómo mi mujer, que me conoce bien, me miraba divertida con la situación, y cómo mi 'suegra, que cree conocerme mejor, intentaba descubrir los gestos del Barbazul, o el Landrú que siempre -y sin motivo- ha creído ocultos en mí. Intenté mirar a otro lado; a la derecha un hombre parecía a punto de morir abrasado por el sol, enfrente un barco estaba a punto de zozobrar y su tripulación parecía pedir auxilio, a la izquierda dos ancianas vestidas de negro intentaban clavar en la arena una sombrilla de colores, pero nada de esto conseguía distraer del todo mi mirada.

Hacía viento, y percibí un súbito movimiento; las dos ancianas intentaban sujetar la sombrilla que pugnaba por escaparse. La verdad es que estuvieron heroicas, y aún con menos músculo que el de la pata de un canario, emularon el escorzo de los soldados con la bandera americana en la colina de la Hamburguesa. Pero la sombrilla se soltó, y salió dando tumbos y girando hacia la bella, que ajena a todo tomaba el sol.

Mi cerebro, bien entrenado tras varios cursos de toma de decisiones, calculó en un instante todo tipo de posibilidades: la posibilidad de que la sombrilla alcanzara a la «diosa de la belleza» era del 98%, la posibilidad de que quedara clavada como una mariposa de colección era escasa pero no despreciable, la posibilidad de -parar la sombrilla en su carrera sin sufrir daño alguno -o merma de la autoestima- era prácticamente nula.

Mientras yo calculaba todas estas posibilidades un tiarrón hercúleo saltó por los .aires y atrapó la sombrilla – o ésta lo atrapó a él- y ambos cayeron enredados a los pies de aquel sueño en forma de mujer. Ella se sobresaltó, pero al ver al joven, desbaratado, medio herido y lleno de arena como un moderno Cirineo, comprendió la situación en un instante. Los últimos días del verano les vi pasear su amor macizo por la orilla.

Cuando en estos días, que se habla tanto de emprendedores, he recordado la escena, he ido descubriendo el sentido que entonces no le vi: la fortuna está tendida al sol para todos, pero quienes sólo hacen análisis nunca la alcanzan. La fortuna -en cualquier empresa- es de quienes actúan. y merecen nuestra admiración, no nuestra envidia.

1 comentario:

  1. Este libro es impresionante. Cómo me gustaría volverlo a tener, se lo dejé a alguien que ya no me acuerdo y no ha vuelto a mis manos. Pero es precioso.

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